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miércoles, 3 de septiembre de 2008

Donde el corazón te lleve

"... A los mortales corrientes, a las personas como yo, como tu madre, no les queda otro destino que el de las ramas y los envases de plástico. Alguien -o el viento-, de pronto, te arroja a la corriente de un río: gracias a la materia de que estás hecha, en vez de hundirte, flotas; eso ya te parece una victoria y por lo tanto, inmediatamente, empiezas a viajar, te deslizas veloz según la dirección que te impone la corriente; de vez en cuando, a causa de alguna maraña de raíces o de alguna piedra, te ves obligada a detenerte; allí permaneces un tiempo, golpeada por las aguas agitadas; después el agua sube y te libera, avanzas nuevamente; cuando la corriente es tranquila te mantienes en la superficie, cuando hay rápidos el agua te sumerge; no sabes hacia dónde estás yendo ni te lo has preguntado nunca; en los trechos más tranquilos tienes ocasión de observar el paisaje, las riberas, los matorrales; más que los detalles, ves las formas, los colores, vas demasiado rápido para ver más; después, con el tiempo y los kilómetros, las riberas son cada vez más bajas, el río se ensancha, todavía tienes márgenes, pero por poco tiempo. "¿Adónde estoy yendo?", te preguntas entonces, y en ese momento se abre ante ti el mar.
Gran parte de mi vida ha sido así. Más que nadar, he manoteado desordenadamente. Con gestos inseguros y confusos, sin elegancia ni alegría, tan sólo he conseguido mantenerme a flote".


Es un fragmento del libro Donde el corazón te lleve, de la escritora italiana Susanna Tamaro, que estoy terminando de leer.

El libro es una larga carta, el relato de toda una vida, con aciertos y errores que Olga, narradora y protagonista, trata de contar a su nieta con la claridad y la intuición de quien se siente cercano a la muerte. Escribe día tras día a cerca de su niñez atormentada y profunda, sobre las cosas que siempre la preocuparon, los miedos, el amor, la libertad, la propia existencia. La casa está deshabitada, en ella se siente a veces como un bajel a la deriva, pero se ha dado cuenta la ama, que forma parte de ella misma, tanto como la memoria de su hija, a la que nunca entendió. La acompaña Buck, el perro de su nieta, aquel que un día eligió a pesar de su mal aspecto y que domesticó al igual que hiciera "El Principito" con el zorro. Y también como él, Olga cuida de su rosa (la de su nieta), de su jardín, que se convierte en símbolo de vida.
Y así, cada tarde, cada noche, Olga da testimonio de una vida intensa, llena de sentimientos encontrados, de luchas personales, donde anima a decir por qué "aquéllo que nunca dijimos, nos dolerá eternamente y sólo el valor de un corazón abierto podrá liberarnos de esta congoja".

Las buenas críticas que recibió este libro en su día me animaron a leerlo y la verdad es que me uno a la larga lista de sus prescriptores. Es muy espiritual, en la medida en que todo lo que la narradora nos cuenta se basa en las emociones y en una búsqueda de un centro vital, en un descubrimiento paulatino del sentido de la vida. Tiene un estilo muy sencillo, suave y descriptivo que hace que realmente llegues a sentir empatía por los sentimientos de la protagonista. Os animo a que lo leáis.

3 comentarios:

Boris dijo...

tengo que pasarme por la biblioteca a ver si tienen el libro.en avilés la biblioteca es grande asi que quizas lo tengan.si lo consigo leer ya te contare si me gusto.

Ayelet dijo...

Parece realmente interesante.
Creo que todos nos sentimos asi parte de nuestra vida..

un besito.

Nacho López dijo...

Lo apunto en mi lista de libros pendientes.

Besos.